Pronto un amigo contará su historia, el nunca fue Testigo de Jehová, él es el otro lado de la moneda...
Nunca fui Testigo de
Jehová.
Aunque si visité algunos de sus Salones del Reino y Asambleas. Yo
encuadro en lo que he definido como “personas afectadas por los Testigos de
Jehová sin ser parte de la organización”.
En 1991 una amiga visitó mi casa en Cerri, provincia de Buenos
Aires, a unos 15 kilómetros de Bahía Blanca. Luego de saludarnos, decidimos
preparar mates (infusión argentino uruguaya). Como no teníamos nada que comer,
salimos ambos a comprar facturas a una panadería.
Entonces la vi. Fue amor a primera vista. El flechazo fue en ambas
direcciones. Era una flaca rubia con reflejos rojos, muy bonita, la chica que
atendía. Mientras compraba, observo que tenía sobre la mesa un libro de tapas
rojas titulado Apocalipsis. Me pareció muy raro que alguien tan joven leyera sobre las cosas de Dios.
Sin embargo, dado que era evangélico y hablar de Dios y sus asuntos me interesaba
le pregunte: -¿Sós evangélica?
Ella poniendo cara seria me dijo:-No.
-¿Entonces…?
-¿Algo más?- preguntó ella.
Yo no quería perder la oportunidad de profundizar lo que ya
intuía, venía en camino. La mujer me había impactado y no la iba a soltar.
-¿Te gustan las cosas de Dios? –pregunté creo que tartamudeando.
Me había puesto nervioso. Aclaro que, para ese momento, me había olvidado por
completo que mi amiga estaba a mi lado.
Entonces sonrió y me dijo: -Claro…, amo a Jehová.
-Pero ¿de que religión sos?
-Testigo de Jehová – me respondió con tono firme que solo otorga
la convicción.
De más esta informar que comencé ir todos los días a verla. A los
quince días le dije que me gustaba mucho y
quería ser su novio. Ella aceptó. Lejos estaba yo de imaginar siquiera,
en que lío me metía.
La relación funcionó por breves días, muy bien. Hasta que sus
padres se enteraron que salía con un evangélico. Ahí el asunto cambio para mal.
Claro, no entendía el rechazo. No podía aceptarlo. Yo había sido educado con
tolerancia por todas las religiones pero nunca había imaginado que sería
discriminado por pensar diferente o creer de modo distinto. Hasta no conocer a
los Testigos de Jehová, no había vivido algo semejante.
La oposición a la relación creció mucho. Llegaron los ancianos a
mediar. Vinieron varias veces a mi casa. Un día ella llega llorando. El padre
la había echado de la casa. Ahora sí, las cosas estaban fuera de control.
Mientras esto sucedía, desarrollé una fuerte adicción a averiguar
todo cuanto más podía, sobre esta religión tan extraña. Compraba libros que
trataban el tema, incluso arme una biblioteca especializada con las
publicaciones de los Testigos.
El tiempo transcurrió. Ella logró hablar con su familia pero la
relación no era la misma. Recuerdo el primer cumpleaños que festejamos, la
primera navidad, la primera relación sexual. Eran experiencias novedosas para
ella. Entonces, algo cambió para mal.
El precio de la tensión que nos sometió el colectivo religioso fue
deteriorando la pasión, el amor…, con el tiempo, éramos como dos amigos y la
relación iba de mal en peor. Finalmente ella llegó un día y me dijo: -Me voy.
¿Qué podía hacer? Nada, simplemente dejarla ir. Sin embargo, no
pude dejar ir mi interés por los Testigos de Jehová. Me ha reportado mi porfía
algunos beneficios: buenas amistades y una hermana adoptiva. Pero si tuviera
que explicar porque sigo expectante por los Testigos de Jehová, no lo se.
Quizás algún psicólogo tenga la respuesta pero yo por ahora, ignoro.
Mi relación con la ex Testigo terminó en 1997 y me costó dos años
recuperarme. Fueron días tristes, dolorosos en extremo. Gracias a los Testigos
de Jehová aprendí lo que duele un amor cuando se pierde. También debo
agradecerle lo que se siente ser despreciado, discriminado, ninguneado.
¿Estarán concientes los Testigos activos del sentir que provocan en los demás
con sus actitudes fanáticas? No, hasta que salen de ese colectivo que les
aprisiona la mente y les impide ver que la verdad viene repartida en muchos
cuadros, que no hay una sola verdad, sino muchos testimonios de lo que es la
verdad.
Marc Pesaresi.
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